Según el Diccionario Explicativo Rumano, el estrigoi es:
“El alma de una persona fallecida o viva que se transformaría durante la noche en un animal u otra aparición fantasmal, acarreando perjuicios a quienes se le crucen en el camino; persona nacida bajo un signo nefasto, que estaría en conexión con el diablo y se dedicaría a la hechicería y los encantamientos”.
−¡Ahórcate, Haru! –le pidió tranquilo al minero que miraba aburrido hacia la nada−. El Cinturón de Hebilla Dura está en la portezuela de tu lado. Para que se deslice más fácilmente, frótalo con el jabón que hay en el salpicadero.
−¿Qué?
−¡Que te ahorques!
−¿Por qué me voy a ahorcar?
−Porque yo te he dicho que te ahorques. Ponte el Cinturón al cuello y sal de la furgoneta, el jabón te va a hacer el final más suave.
−No me voy a ahorcar, Magu, no quiero morir –protestó Haru.
−A nadie le gusta morir, pero tú tienes que hacerlo. Venga, no negocies conmigo un segundo o dos más de vida, no tiene ningún sentido. La rama que tienes al lado es bastante fuerte, te va a sujetar.
−¡Nunca, Magu! ¿Me estás escuchando? ¡Nunca! ¡Yo seré un borracho fracasado, pero no me voy a mandar a mí mismo al otro mundo! ¡Abre la puerta! –gritó desesperado, intentando apretar el pestillo bloqueado de la portezuela−. ¡Quiero bajar! ¡Eres un criminal!
−Nadie baja de la furgoneta de Cuttyt si no es con el Cinturón al cuello, Haru. Mi alma no tiene más paciencia, ¡coge el jabón!
−¡Nooo! –gritó Haru y se levantó del asiento en el que había permanecido bastante tranquilo durante el viaje y asaltó al a puñetazos−. ¡Nuncaaaaa! –gritó de nuevo−. ¡Me escuchas, estrigoi maldito, nunca!
El no sufrió pánico ante la agresión del minero y tampoco dio marcha atrás. El Cinturón de Hebilla Dura salió a toda velocidad de la portezuela y ante la discreta señal del estrigoi, se enroscó al cuello de Haru. Este se resistió al principio, intentando contrarrestar la presión de la atadura tirando con las dos manos del lazo deslizante.
−¡Nunca! −gritó−. ¡Nu…!
Perdió el conocimiento por unos instantes y cuando volvió en sí, le recibió la voz del :
−Tienes el derecho a elegir otro árbol si quieres. El Cinturón tendrá tanta paciencia contigo. ¡Ahora bájate! –le dijo y cuando la portezuela al lado de Haru se abrió, lo empujó afuera de una patada.
−¡No quiero morir…! ¡No quiero morir…! –gritó Haru ya casi sofocado por el cinturón que, cortándole de vez en cuando la respiración, le quitaba poco a poco las fuerzas.
−Uno, dos, tres y… ¡arriba! –le ordenó el mago al Cinturón y el extremo suelto y puntiagudo de este se arrojó por encima de la rama gruesa de roble que había encima de él.
−¡Uuuf! –gritó Haru−. La lengua le salió desde el fondo de la boca hacia un lado. Las piernas se le contorcieron en el aire, cinco centímetros sobre la tierra. Sus brazos intentaron agarrar la rama, pero… solo lo intentaron.
Cinco minutos más tarde, el estrigoi Magu se bajó de la Furgoneta de Cuttyt, cogió a Haru en sus brazos, desató el Cinturón de Hebilla Dura de la rama y de cuello del muerto y lo ató a su cintura. Dio tres volteretas a su cabeza en la nieve que acababa de caer, diciendo «¡Haru!» y se convirtió en el minero borracho. Al muerto lo colocó en el asiento donde había estado sentado antes y arrancó la furgoneta. Se había manchado de los excrementos del muerto en la manga y en las caderas, pero no le importaba. Era otro hombre. Al llegar al precipicio, cerca del Remolino de los Ciegos, paró la furgoneta, ató el acelerador con un cordón, le prendió fuego, la puso en marcha y la dirigió hacia la pendiente pedregosa. Mientras la furgoneta humeaba intensamente, iluminando el fondo del precipicio por una distancia de unos cientos de metros, el nuevo Haru se dirigía, relajadamente a la estación de trenes.
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