Explicación de la existencia de este libro

El comunismo no es una sociedad, sino una enfermedad de la sociedad capitalista, que aparece cuando se inflaman las relaciones entre las personas de tal manera que, por la desesperación y el odio frente a la desvergüenza de los persecutores ricos, las ilusiones envenenan las mentes de los que no poseen nada. He vivido en el comunismo y he visto cómo el elefante con piernas de barro se derrumbaba cada día porque simplemente no podía avanzar a no ser en las orugas de una utopía que, en el momento en que se desveló en toda su realidad, tocó su fin. La idea de escribir este libro no es muy antigua. Ella nació en 2005, cuando pisé por primera vez tierra española y vi dibujados en el muro de una gasolinera abandonada la hoz y el martillo. Tuve un sobresalto y pregunté a los que tenía alrededor en el autocar si estábamos de verdad en España. Ellos me contestaron que sí. Entonces el miedo a hablar me envolvió de nuevo, como durante el régimen de Ceauşescu e hirviendo de indignación, empecé a preguntarme: «¿Cómo han llegado estos símbolos aquí? Porque… vale, en Hungría, Yugoslavia o incluso en la Alemania Demócrata podrías esperarte encontrar por aquí y por allá reliquias del comunismo, pero ¡en España! ¿Cómo han pasado estos símbolos de la Francia democrática y la Italia capitalista?».

Finalmente pregunté a un señor que parecía bastante accesible y antiguo por Iberia por cómo leía un periódico en castellano. −Ohooo –me contestó sorprendido por tan estúpida pregunta−, por aquí hay muchos de estos… Esta noticia me descolocó el resto del viaje y eso no porque hubiese temido a la censura o una detención por criterios políticos, en absoluto, sino simplemente porque mis ilusiones, mis visiones sobre el Occidente se consumieron en las llamas de esta constatación, la hoz y el martillo me las habían cortado desde la raíz, me habían hecho retroceder en el tiempo cincuenta años. Entonces… las Islas Baleares, Las Palmas, Santa Cruz de Tenerife, las pieles de Córdoba y las espadas de Toledo ¿no son lo que yo pensaba? Y si no lo son o su significado (divino en mi mente) es otro, entonces ¿cómo se justifican tantas ilusiones? Aparte del impacto de la tierra roja que me dio la bienvenida en la primera parada, en algún sitio cerca de Barcelona, tenía ahora que soportar también el choque de la conciencia roja en un mundo que yo imaginaba no tocado por el bolchevismo. Habiendo retrocedido en el tiempo cincuenta años, deprimido por el caos lunar del relieve de Zaragoza, arruinado material y moralmente, a la entrada en Guadalajara o en Madrid, no recuerdo exactamente dónde, en la pared sónica del margen de la carretera, vi otro pedazo de hoz y otro martillo crucificados una encima del otro, hinchados por la mano que sujetaba el espray de grafiti, como si estuvieran a punto de parir.

−¡Válganos Dios! −murmuré entonces y, como no quedábamos ya muchos en el autocar, todos volvieron la cabeza. «No pasa nada –me dije entonces en mi interior−. Tal vez de esta decepción, alguna vez, cuando me haya escapado de aquí, si es que me escapo alguna vez, nacerá un libro».